domingo, 29 de diciembre de 2013

Las 100 milongas de Buenos Aires

Por Juan Bedoian

El misterioso mundo de la noche porteña, donde miles de almas se abstraen del calor para flotar en sentido opuesto a las agujas del reloj.

 
28/12/13
Buenos Aires es una ciudad extraña. En este preciso momento –no importa el calor– hay más de tres mil personas fervorosas que preparan vestidos, zapatos y pañuelos, practican pasos frente al espejo y quieren escapar de la soledad en una de las 100 milongas de Buenos Aires. La cita puede empezar a las tres de la tarde o a las diez de la noche: no hay distinción de edades, ninguno reniega de esa adicción y todos persiguen un sueño.
Rody Groppo, El Oráculo de Boedo, ha contado que esas mujeres y hombres integran una tribu urbana que tiene códigos estrictos, su propio reino y una gran ambición por lograr el mejor paso en una pista. Groppo ha transitado el universo del tango por décadas –fue dueño del legendario Café Homero– y tiene la sonrisa leve y algo fatigada de un hombre sabio que ha visto demasiadas cosas en un solo mundo. El Oráculo ha dicho que en los salones de las milongas acontecen cosas extrañas. Que el salón de baile es un lugar privado para las parejas, ya que ellos son los protagonistas. Que existe una competencia silenciosa, pero se considera pecado florearse o pavonearse ante los demás. Que durante el baile no se ríe ni se habla. Que allí se baila circularmente en el sentido contrario a las agujas del reloj y todos caminan para el mismo lado.
Definitivamente, esta ciudad es caprichosa. Veinte años atrás, bailar tango era cosa de shows, alguna academia o milongas sueltas, con perfil social difuso. De diez que bailaban, siete eran hombres. Ahora, de diez, siete son mujeres, hay muchos más jóvenes y muchos turistas. Se habla de por lo menos diez mil practicantes que van a las milongas y a las academias. Es una tribu que no estaba prevista en la Sociedad de la Información del nuevo milenio, donde casi todo es espectáculo y es difícil comunicar experiencias. En esa virtualidad, nadie juega y todos miran. De pronto, aparecen estos militantes que hacen exactamente lo contrario: más que espectadores, quieren ser protagonistas. Sorprendente: todos los días de la semana hay milongas en la ciudad desnuda.
El Oráculo ha dicho que en estos salones hay tres ritmos: tango, vals y milonga. Se baila por tandas de tres temas, se para y luego todo recomienza. La Viruta, Salón Canning o Club Sunderland son algunos de esos templos.
La Yumba , Gallo ciego o Pavadita son algunos de los himnos. La escena pertenece a uno de ellos, pero puede ser en cualquiera. Suena Pavadita y saltan como un resorte una rubia cuyos pechos prometen un gran alboroto, un petiso con una cara que nadie recordaría diez minutos después de verla, una chica con vaquero que es mucho vaquero y poca chica, un flaco que luce mal su traje gris, una cuarentona de buen ver con vestido negro y taco aguja, un veterano que porta la mueca de la nostalgia. Todos se lanzan a la pista para suspender el tiempo con la destreza del cuerpo y el simulacro del acto erótico que no se consuma. Moviéndose en elipse, el remolino del tango los arrastra y los pierde. Ya son otros: leves, ajenos a las miserias del mundo. Siempre hay segundos en que la pareja parece suspendida en el aire, inmóvil. Ese instante tiene algo de eternidad. Luego vuelven a sus mesas, a la rutina.
También el oráculo ha mencionado dos palabras claves: miradas y yeites . El de las milongas, además del baile, es un universo dominado por la mirada, cuyos atributos son múltiples: la mirada siempre dice algo y su sentido se expande; el que mira siempre es objeto de miradas; la visión pasea, va y vuelve, pero fatalmente se detiene en algo. Elige. El yeite no figura en el diccionario: son los secretos de la danza, lo que no está escrito en ningún lado, lo que muchos turistas no ven. De esos fervores y misterios se alimenta el fascinante mundo de las milongas.
En 1904, la revista Caras y Caretas publicó un artículo titulado “Baile de moda” que hablaba del furor del tango. Todo ese tiempo ha pasado y ese título sigue intacto. Las milongas, como el tango, registran el punto exacto de la secreta pasión de Buenos Aires. Eso ha dicho el Oráculo con una sonrisa leve.