sábado, 13 de febrero de 2010

LA DANZA DEL VIENTRE


Danza del Vientre

La danza del vientre es una danza oriental de las más antiguas que existen. Combina elementos de Oriente Medio junto con otros del Norte de África. La danza del vientre o danza oriental tiene su origen en el Raks Baladi o danza del pueblo. El Raks Baladi es una danza muy elemental, prácticamente sin desplazamientos y con movimientos principalmente de cadera. A la evolución de esta danza se la llama danza del vientre o Raks Sharki en egipcio. El Raks Sharki incluye movimientos del folklore egipcio, danza clásica y contemporánea, con grandes desplazamientos, vueltas y movimientos de todas las partes del cuerpo, pero sobre todo de la cadera. En Turquía, a la danza del vientre se la conoce como Gobek Dans o Rakasse (ritmo turco).

martes, 9 de febrero de 2010

Un actor se prepara, un alma se desenvuelve


Un actor se prepara, un alma se desenvuelve


…el propósito de actuar, cuya finalidad, tanto en sus orígenes como ahora, fue y es, a manera de decir, ponerse frente a un espejo…

William Shakespeare

El trabajo del actor es crear un carácter, una personalidad, y presentarlo a la audiencia viviente, real. El proceso de llegar a ese trabajo nos recuerda al proceso de desenvolvimiento espiritual y de llegar a conocer el verdadero yo.

Una vez tuve un papel secundario, en un teatro regional que estaba presentando Julio Cesar, de Shakespeare. Al caminar bajo el escenario, durante una función, para ocupar mi lugar entre “los extras”, la actriz que tenía el papel de Porcia se acercó a mi con expresión de angustia.

Le toqué el brazo y le pregunté, “Carol, ¿te sientes bien?” Me respondió en un susurro “Él no quiso decirme nada”. Y enseguida sonrió: “Yo estoy bien, pero Porcia es la que no anda nada bien” y volvió a reír.

Carol, la actriz, terminaba de presentar la escena en que Porcia, dándose cuenta del insomnio y la preocupación de Bruto, tanto como de sus encuentros clandestinos con líderes de Roma, le ruega que comparta sus problemas con ella. Y aunque le muestra una herida que ella misma se había hecho en la pierna para probarle su capacidad de guardar secretos, deja la escena sin respuesta. Cuando me encontré con Carol, me encontré también con Porcia. Carol se había revestido de Porcia tanto como de la de la toga y la máscara, y aunque la actriz había estado allí durante toda la escena, la audiencia sólo había visto a Porcia. Tengo la impresión de que la audiencia se había olvidado de haber estado viendo a Carol Wilson, una actriz que ya habían visto antes representando toda clase de personajes, pero que ahora se había identificado con Porcia. Carol misma, cuando yo la vi bajo el escenario, estaba todavía identificada con Porcia, pensando y sintiendo como ella. Pero cuando yo le hablé, Porcia se esfumó y Carol se rió de su propia participación en la escena.

Esta “participación” con una personalidad adquirida es común, creo, en la mayoría de nosotros. Empezamos muy temprano en nuestras vidas a crear una personalidad para presentarnos al mundo, a veces conscientes de hacerlo, pero con frecuencia nos identificamos tanto con esa personalidad, que, a diferencia de Carol, perdemos de vista al yo que existe detrás de la personalidad creada. El proceso que lleva al actor a desenvolver un carácter puede ser una excelente herramienta espiritual para un actor , y a mi parecer puede darnos a todos una vislumbre en el desarrollo de nuestra propia personalidad y de cómo podemos llegar a conocer a nuestro verdadero yo.

Mucho antes del estreno de la obra, Carol había empezado su trabajo estudiando a Porcia en el escrito, prestándole mucha atención a lo que el carácter hacía y decía, a cómo se relacionaba con los otros personajes, y lo que los otros decían de ella. Había mucho que descubrir sobre la vida de Porcia, no solo en el tiempo presente del papel, sino también sobre su pasado.

Había preguntas que hacerse: ¿Era ella rica o pobre cuando niña? ¿Era educada? ¿Qué tal era ser esposa de un pilar de la sociedad romana? La actriz tenía que echar una extensa mirada, objetiva, a ese carácter, y llegar a comprender también su personalidad, creando hasta las razones lógicas que justificaban su conducta si Shakespeare no las había explicado en su libreto. Carol encontró que Porcia era una hermosa, educada, inteligente mujer de la nobleza, de naturaleza fuerte y valiente; era también muy capaz de enojarse, preocuparse, y, al final, capaz de desesperar y cometer suicidio.

Acto seguido, Carol necesitó descubrir lo que ella tenía en común con Porcia y para ello tuvo que verse a sí misma profunda y honestamente. Pronto reconoció su propia fuerza, coraje e inteligencia, pero no podía parar allí. Siguió más allá de las mejores partes de sí misma, de la imagen con que ella quisiera ser vista por los demás, fue a sus zonas más oscuras donde era capaz de irritación, miedo y hasta desesperación. Se vio a si misma en Porcia y a Porcia en sí misma, y las aceptó a las dos en su condición humana.

En nuestro trabajo de desenvolvimiento espiritual este método objetivo y franco de auto-estudio nos puede ser útil a todos. Cuando somos capaces de enfrentar nuestro ser real y el “rol” que representamos ante los demás, y a veces ante nosotros mismos, cuando miramos profundamente las sombras y los aspectos menos-que-ideales de nuestra persona, ahí empezamos el trabajo de desenvolvernos espiritualmente.

En su estudio de sí misma y de Porcia Carol descubrió cuánto tenían en común. A pesar de las diferencias de estilo de vida, ambas habían sufrido dolor físico y depresión, sentían mucho amor por otros y se preocupaban por los asuntos de la vida cotidiana. Cuanto más roles un actor representa, cuanto más rasgos de carácter busca dentro de sí mismo, con tanta mayor claridad ve lo mucho que comparte con toda la humanidad. A medida que nos miramos a nosotros mismos con objetividad, empezamos también a ver nuestros lazos con otros seres humanos. Si alguien aparece orgulloso, o enojado, o amable, y nosotros hemos reconocido ese mismo sentimiento dentro nuestro, las barreras que nos separan se empiezan a disolver. Empezamos a reconocer en los demás nuestras propias alegrías y sufrimientos, nuestras idiosincrasias y neurosis, nuestras necesidades y deseos y comprendemos cuánto estamos enlazados a otras almas.

Una vez que Carol conoció a Porcia casi tan bien como a sí misma fue capaz de “entrar en el personaje”, incorporando tanto los sentimientos y pensamientos internos como el modo de hablar, los gestos y las acciones que eran propios de Porcia. Cuando el actor lo consigue, esta transformación parece casi mágica.

Recuerdo haber estado observando a un actor que esperaba en los corredores para entrar al escenario como Moriarty, el genio perverso de la obra de Sherlock Holmes. El actor, Herb, era amigo mío y yo sabía cómo era él, amable, divertido y abierto en el trato. Ahí estaba, en el corredor, con su saco negro, guantes y galera en lugar de sus blue jeans y su remera. El giró la cabeza hacia donde yo estaba y en vez de amistad yo le vi un brillo frío en los ojos, y la boca estaba encorvada hacia arriba en una sonrisa tan cruel que no me hubiera sorprendido verle salir entre los labios una lengua de serpiente. Me hizo estremecer cuando se deslizó hacia al escenario. Después de la obra fue un alivio verlo otra vez con su sonrisa amistosa, sus ojos chispeantes y otra vez con sus pantalones vaqueros bien gastados, habiendo dejado a Moriarty en el perchero.

La transformación puede parecer mágica, pero al actor le lleva tiempo y esfuerzo hasta que consigue crear y “encarnar” el personaje; sin embargo qué fácil nos resulta a nosotros “cambiar de carácter” en nuestra vida diaria. Podemos hablar, pensar y hasta vestirnos de modo diferente con diferentes personas y en situaciones diferentes. Podemos ser una persona frente a nuestros padres, otra para nuestros niños, y otra todavía con nuestro empleador a medida que elegimos los aspectos de nuestra personalidad que trabajan con más armonía en cada situación, o quizás, porque nos permiten conseguir lo que queremos.

La diferencia entro nosotros y Carol – la actriz, es que Carol siempre sabe que se está “vistiendo” de un personaje. Aunque ella se identifica con el rol, parte de ella debe permanecer como un observador, ajustándose constantemente a las necesidades de la obra, o de los otros actores, o de algún imprevisto. Si el equipo de apoyo pierde una señal y el teléfono no suena en el escenario en el momento previsto, la actriz ha de hacer un rodeo y al mismo tiempo permanecer en su carácter. Nosotros también necesitamos desarrollar esa parte del observador dentro nuestro para salir adelante con un niño cansado, un patrón iracundo o una madre o padre enfermo. Si nosotros respondemos según el aspecto de nuestra personalidad que se está expresando en el momento podemos decir o hacer algo que después lamentamos. De los actores podemos aprender a permanecer conscientes y alertas en todo momento durante los varios roles con que actuamos en nuestras vidas.

Carol dedicó bastante tiempo a hacer trabajo interior, para elegir un modo u otro de expresar las reacciones de sus personajes, pero sabía bien que no era suficiente confiar solamente en su propias dotes de observación. El director de la obra actuó para ella como un observador exterior, guiándola hacia su objetivo. Fue el director el que la ayudó a mantenerse en línea, aconsejando y ayudándola en su trabajo. De manera similar la guía espiritual puede sernos valiosa en nuestro camino espiritual. Aunque podemos observar mucho de nosotros mismos, un observador exterior objetivo que se interesa sobre todo en nuestro bien espiritual puede ayudarnos a vernos a nosotros mismos honestamente y a hacer elecciones apropiadas a medida que nos dirigimos hacia nuestro propósito espiritual.

Así fue como Carol llegó a conocer bien a Porcia, y a sí misma mejor que antes. Entonces llegó la hora de darle vida a su rol frente a la audiencia. Así pudo enfocar la atención en cada momento de las escenas y en lo que su papel de Porcia requería.

Después de la actuación describió los sentimientos de muchos actores: “La audiencia y yo cruzamos la distancia mutua para compartir una experiencia, una emoción, un momento de vida en la humanidad”.

Frecuentemente el actor y la audiencia experimentan un sentido de participación, una apertura mutua, un encuentro en que se reconoce que somos todos iguales. Tal como Shakespeare lo dijo en Como Les Guste

Todo el mundo es un escenario,
Y todos los hombres y mujeres somos
meramente actores
Que tienen sus momentos de entrar o salir
Y cada persona en su hora representa
muchas partes


Cuando vivimos nuestras vidas con objetividad, conscientes y alertas podemos, como los actores, llegar a conocernos y aceptarnos a nosotros mismos y a los demás, y, mediante ese conocimiento y aceptación desenvolvernos espiritualmente con compasión y amor.

ã Cafh Foundation, 2008.

El baile y la eterna juventud

[Tomado de la página electrónica de la revista XL Semanal, España, 24 de enero de 2009]

Estudios recientes prueban que mover el cuerpo al compás de música beneficia nuestro cerebroal compás : mejora la memoria, la planificación, la concentración… Y, por si fuera poco, activa los mismos centros de placer que el sexo. ¿Bailamos?

A veces, la ciencia se inspira en lo que podría ser sólo un chiste. Snowball [en inglés, `bola de nieve´] es una cacatúa, un pájaro blanco, al borde de un sillón que mueve la cabeza, levanta sus patitas y abre la cresta con pasión al ritmo de su canción favorita, Everybody, de los Back Street Boys. Su baile se ha convertido en un fenómeno en Internet, pero también ha modificado la manera en que los neurocientíficos entienden los procesos asociados a la percepción de la música y el movimiento rítmico. Si aún no sabe de qué le hablamos, entre en YouTube [www.youtube.com] y escriba ‘cacatúa’. No se moleste en buscar el truco, porque no lo hay.

Cuando Aniruddh Patel, investigador del Instituto de Neurociencias de La Jolla, California, descubrió a Snowball, no vio, como nosotros, un pájaro haciendo su numerito, sino una contradicción con la tesis darwinista de que sólo los cerebros humanos están predispuestos para la danza.

Patel contactó con la dueña del animal para descartar así la posibilidad de que la cacatúa se moviese por imitación. Snowball realmente bailaba, aunque con el ritmo y la sincronización de un niño de cuatro años. Para el investigador, esta habilidad está presente en los pájaros, pero no en nuestros ‘hermanos’ los primates, ya que la capacidad de bailar se asocia con nuestras habilidades vocales.

«Los humanos y los loros –explica–son de las pocas especies con un cerebro preparado para el aprendizaje vocal, capaz de escuchar sonidos y coordinarlos con movimientos complejos (labios, lengua, cuerdas vocales) con el fin de reproducirlos. Otros animales, como los delfines, las focas y las ballenas, tienen la misma capacidad, por lo que también deberían poder bailar, aunque aún no lo sepan.»

Según Patel, su descubrimiento nos abre a importantes avances sobre la compleja relación neuronal entre los sistemas auditivo y motor, lo que podría ayudar a desentrañar enfermedades como el párkinson. Su investigación ha sido valorada por The New York Times como una de las diez más importantes de 2009, si bien otros científicos dudan de sus conclusiones. Entre ellos, Lawrence Parsons, de la Universidad de Sheffield, del Reino Unido: «Si existe consenso científico en que sólo los humanos somos capaces de hacerlo, es porque no se ha visto a ningún otro animal que baile en su medio natural».

La danza es un comportamiento humano universal asociado con rituales de grupo, una acción motriz que responde a sensaciones internas o a estímulos externos, pero, ante todo, es un placer. Personas de distintas edades y condición física pueden bailar durante horas en una fiesta sin sentirse agotadas gracias a la adrenalina y la serotonina que sus cuerpos generan durante la danza. De hecho, según el neurólogo de la Universidad de Columbia John Kra-kahuer: «La realización de movimientoscoordinados estimula nuestro centro de recompensa cerebral». Bailar pone en funcionamiento los mismos centros cerebrales que despiertan el placer del sexo o de una buena comida, una razón evolutiva para que esta forma de expresión haya perdurado en el tiempo.

Lo curioso es que se producen efectos similares cuando sólo somos espectadores. Programas de televisión como Mira quién baila entusiasman a la audiencia también por razones científicas, ya que cuando vemos danzar a alguien se activan las mismas zonas del cerebro que lo harían si fuéramos nosotros los bailarines. Las responsables de este efecto son las neuronas espejo, una serie de células nerviosas que residen en el área motora del cerebro y que provocan nuestra emoción cuando un bailarín interpreta una pieza cargada de sentimiento.

Según este estudio del Institute College of London, atletas y bailarines podrían continuar entrenando mentalmente cuando sufren una lesión física gracias a este efecto empático. Al fin y al cabo, gran parte de lo que somos capaces de hacer lo hemos aprendido imitando a los demás, para lo cual se requiere una gran dosis de atención.

La música y el ritmo son el mejor ejercicio para que los diferentes sistemas cerebrales se armonicen y sean eficientes los unos con los otros. Parsons ha demostrado que bailar mejora la memoria operativa, la planificación ejecutiva, la habilidad en la realización de multitareas y la concentración. Para corroborarlo, un estudio de la Universidad de Washington observó mejoras importantes en enfermos de párkinson tras 20 clases de tango. Esta enfermedad produce pérdidas de neuronas en el ganglio basal, lo que interrumpe su comunicación con la corteza motora y provoca rigidez y movimientos inconscientes. Gracias al tango, estos movimientos se redujeron.

Además de proporcionar placer físico y ayudar a la coordinación y la planificación, la danza tiene efectos psicológicos positivos, ya que a través de ella somos capaces de expresar nuestros sentimientos y comunicarnos con los demás. Basándose en el principio de que mente y cuerpo son inseparables, la danzaterapia –una corriente liderada por bailarinas y psicólogas– surgió a mediados del siglo XX en Estados Unidos. Esta rama de la psicoterapia se ha convertido hoy en una disciplina con reconocimiento universitario y se aplica tanto para tratar a niños autistas, o con dificultades motoras, como para resolver problemas de pareja o de depresión.

«Usamos el movimiento como medio de comunicación e introspección –explica Hilda Wengrower, directora académica del Máster en Terapia a través del Movimiento y la Danza, que imparte la Universidad de Barcelona–. Bailar tiene un aspecto catártico de liberación y alivio, y por sí solo es positivo, pero no es suficiente para curar. En danzaterapia queremos conocer las razones que nos llevan a necesitar una catarsis, vamos un poco más lejos.»

Este método se ha revelado especialmente eficaz en los casos de anorexia y bulimia, ya que aúna la acción sobre la palabra y el cuerpo. «La imagen interna que cada ser humano tiene de su físico está compuesta por aspectos neurológicos, cognitivos y emocionales, conscientes e inconscientes. Uno de nuestros objetivos terapéuticos es que cada persona tenga de sí una imagen más real, que se conozca a través del movimiento

Los danzaterapeutas establecen con su paciente lo que denominan un `diálogo kinestésico´, y son capaces de diagnosticarlo observando su contracción muscular, respiración, ritmo, postura y forma de moverse. «Las emociones son siempre corporales», dice Hilda Wengrower. Y es que, sin duda, nuestra manera de bailar nos delata, pero también nuestra forma de no hacerlo. Los especialistas creen que todos podemos bailar, entonces ¿por qué son tantos los que se sienten incapaces? ¿Por qué hay tantos cuerpos de palo, convencidos de que la danza es cosa de brasileños o africanos? Por una cuestión meramente educacional.

Según el neurocientífico Lawrence Parsons, «no hay estudios científicos que determinen diferencias en el cerebro de dos humanos con más o menos habilidad para bailar, para la música, para las matemáticas o para el razonamiento. En la mayoría de los casos, ser mejor sólo depende de haber tenido un entrenamiento temprano en la práctica de esa disciplina». A partir del año, todos los niños, sin excepción, responden a la música moviéndose rítmicamente. Es natural, pero llega un momento en que algunos reprimen ese instinto y se bloquean.

El baile es otro modo de comunicación, otro lenguaje, por eso las personas con dificultades para expresar o sentir emociones son las que encuentran más dificultad para dejarse llevar por la danza. Los que prefieren no hacerlo se están perdiendo la posibilidad de sincronizarse con otro más allá de lo racional, la oportunidad de expresarse libremente, de generar endorfinas y adrenalina durante horas, de recitar su memoria y mejorar su capacidad de coordinación y planificación. ¿De verdad se lo quiere perder?

XL Semanal / ABC, España, 2009.

lunes, 8 de febrero de 2010

¿Por qué elegir un zapato de práctica para baile?


¿Por qué elegir un zapato de práctica para baile?
Es una herramienta para acortar el tiempo de aprendizaje. Al obtener los pies mayor comodidad y confort, la mente y el cuerpo se concentran sólo en el aprendizaje. No tienen que preocuparse de molestias adicionales.
Peso: los zapatos a mayor peso aumentan la dificultad para hacer el movimiento adecuado.
Flexibilidad, debe permitir libertad de movimiento para el pie, en el arco y los dedos. La falta de flexibilidad aumenta la dificultad de efectuar el movimiento adecuado.
Deslizabilidad y agarre: El nivel de fricción es muy importante en un zapatodebaile . Debe ser posible deslizar y el frenar en el momento apropiado. Debe ayudar a tener control al pisar para evitar escurrirse. Sujección: sin apretar, el zapato del bailarín debe sujetar muy bien al pié.