Si
bien se consolidó en Andalucía en 1850, las raíces de este género musical aún
son oscuras. “El flamenco no es una música gitana sino agitanada”, arremete el
musicólogo español.
POR
LAURA
FALCOFF
El
flamencólogo Faustino Núñez fue invitado por la II Bienal de Flamenco de Buenos
Aires a dictar un seminario de su especialidad en el Centro Cultural Recoleta
durante el pasado mes de octubre. Fue una experiencia apasionante, no sólo por
el enfoque de Núñez que obliga a desembarazarse velozmente de un buen número de
conceptos previos e ideas arraigadas sobre el arte flamenco, sino también por la
propia pasión que pone el investigador en su causa. Núñez es un riguroso teórico
pero a la vez un músico profesional, lo que le permite acompañar sus
disertaciones con ejemplos que él mismo canta y que pulsa en la guitarra.

Músico
de formación clásica, violonchelista, Faustino Núñez hizo sus estudios en el
Conservatorio de Madrid y luego continuó formándose en Viena, en cuya
universidad más tarde cursó la especialidad de musicología. Vivió durante diez
años en la capital austríaca donde para mantenerse, cuenta, tocaba por la noche
en locales de diversión. “No era música clásica, claro, porque en Viena das una
patada en el suelo y aparecen cuatrocientos chelistas mejores que tú –recuerda–.
Tocaba flamenco, que es lo que un español puede hacer fuera de España. Estuve
una década en Viena y cuando regresé a España en 1990 encontré que la
musicología española vivía totalmente de espaldas al flamenco. El lugar donde
menos gusta el flamenco es España. Es un problema de política o de
psicoanálisis, quién sabe. Como Francisco Franco utilizó al flamenco del mismo
modo que utilizó tantas otras cosas, después de su muerte hubo una reacción de
la sociedad contra todo aquello que oliera a franquismo y el flamenco cayó en
ese saco”.
¿Cómo
se volcó al análisis musicológico del flamenco?
Después
de enseñar durante un año en Cuba, donde también investigué la influencia de
Cuba y América en la música española, regresé a España como director del sello
discográfico Deutsche Grammophon; paralelamente comencé a investigar el flamenco
desde el punto de vista musicológico. Hasta entonces, estos estudios habían
estado en manos de poetas; bienintencionados, sí, pero sin rigor científico. Yo,
que había estudiado en una universidad como la de Viena, con su peso tan
importante en el campo de la musicología, comencé a aplicar estos conocimientos
al flamenco.
Mencionó
recién a los poetas que hicieron suyo el estudio del flamenco y que ponen el
acento, como el crítico español Félix Grande, en la condición marginal de los
gitanos andaluces y cómo influyó esto en el carácter del flamenco. ¿Es a Félix
Grande a quien se refería? Porque el enfoque de Grande es más poético que
rigurosamente analítico.
Lo
he discutido muchas veces con él y es el primero que lo reconoce. La
marginalidad de los gitanos, sí, claro que es cierta, pero no por los gitanos
mismos sino porque forman parte de las capas más bajas de la sociedad. Se ha
querido creer que el gitano se llevó todas las desgracias del pueblo andaluz.
No, estas desgracias están en el pueblo. Son las del campesino, gitano o no,
explotado por el terrateniente. Por otra parte, en ese paraíso del mestizaje que
fue Andalucía durante los siglos VII y VIII, dividir su población en sólo estos
dos pueblos, payos y gitanos, es una solución fácil. Habría que hablar de los
judíos, de los moriscos, para no mencionar el contacto con América que fue
constante durante cuatrocientos años. Todo esto impulsó una sociedad muy mestiza
que hoy dividimos artificiosamente en payos y gitanos. Si te mostrara diez fotos
de los más grandes artistas flamencos no podrías distinguir por su fisonomía
quién es payo y quién gitano. Porque finalmente, ¿cuál es la realidad? Vas por
Andalucía y descubres mil razas. Félix Grande y otros estudiosos han pasado por
encima de esto. Y otros tantos bienintencionados han ido hasta el Rajastán, en
la India, buscando el origen del flamenco.
Que
no está en la India.
Cómo
va a estar allí? El origen del flamenco está en la tradición española, en las
coplas, las jácaras, las sarabandas, los pasacalles, los fandangos, las
chaconas. Es allí donde se encuentra. Mira: los flamencos llevan treinta años
queriendo introducir nuevos instrumentos y el único que ha podido colarse de
verdad es el cajón peruano. Esto debía hacernos pensar que el contacto de
Andalucía La Baja –Sevilla y Cádiz– con América es el que ha dado el impulso ya
no al flamenco sino a la música española. Hasta que no estudiemos en perspectiva
colonial la historia de la música no podemos hablar ni siquiera de Bach. Porque
Europa cambió totalmente después de 1493. América modificó las nociones europeas
sobre la astronomía, la botánica, la geografía, el derecho, la medicina y
también sobre la música.
¿Cuándo
comenzó el flamenco a ser un género para el público?
El
flamenco comenzó a gustar en España hacia mediados del siglo XIX cuando
arribaron las noticias del éxito de los primeros artistas flamencos en París. Al
llegar estos ecos, en España empezaron a decir: “¡Ah, tenemos aquí una cosa
interesante que les gusta a los franceses!” Estoy hablando de las compañías de
Pepita Vargas, de la Nena Perea, bailarinas pre-flamencas en realidad. Y ocurre
hacia 1850, cuando el flamenco aún no se había constituido como género musical.
Supongo
que usted no coincide con esa definición del flamenco, tan extendida, que lo
describe como “el arte gitano-andaluz”.
El
flamenco no es una música gitana sino agitanada. Si fuera gitana, ¿cómo podría
explicarse tanto artista flamenco no gitano? La etnología andaluza necesita una
revisión: definir qué es el gitano. Blas Infante, “el padre de la patria
andaluza”, afirmaba que los moriscos que querían evitar la expulsión de España
se vestían y adoptaban costumbres de gitanos. Entonces, aquellos a quienes se
nombraba como gitanos andaluces eran en realidad descendientes de
moriscos.
¿Por
qué se atribuye al flamenco un componente gitano tan importante?
Es
el efecto de una manipulación de su historia porque, cuando se investiga
científicamente, la conclusión es totalmente distinta. Se creó una imagen racial
del flamenco y en realidad es la música más mestiza que existe en el planeta. No
conozco otra música tan mezclada: elementos africanos, asiáticos, europeos,
americanos que confluyen en Cádiz y Sevilla. Allí están precisamente las puertas
de América y allí se forjó un lenguaje nacido, sobre todo, para enfrentar la
influencia de la ópera italiana, que en aquel momento era enorme. Porque en el
flamenco hay también un punto de imitación de la ópera en el sentido del canto
adornado y virtuoso. En España la gente cree que el flamenco es folclore
andaluz. No es así. El flamenco nació como una reinterpretación del folclore
desde un punto de vista artístico y comercial. Siempre fue un asunto de
profesionales. Nadie podría tocar la guitarra como Vicente Amigo desde un punto
de vista del folclore. Es el resultado artístico de muchas horas de estudio. El
folclore de Andalucía incluye las sevillanas, los verdiales de Málaga, los
fandangos de Huelva, los tanguillos de Cádiz; todo esto es folclore. Cuando un
cantaor interpreta estas músicas y las reinterpreta en clave artística, entonces
ya es flamenco. Cuando Pastora Pavón, “la Niña de los Peines”, cantaba
sevillanas las hacía aflamencadas porque era una artista flamenca.
¿Cuándo
nació el género bajo las formas que luego se establecieron?
Ya
desde la segunda década del siglo XIX sabemos que comienzan a subir a las tablas
de los teatros andaluces artistas como Lázaro Quintana o “El Planeta”, que se
llamaba Antonio Monje Rivero y que cantó los “polos” de la época. De El Planeta
se sabe que era cantaor y no importa si era un gitano, pobre o no. Por cierto,
se dedicó al negocio de la carne y tenía dos criadas. Lo que importa es que
nació en Cádiz, vivió treinta años en Málaga y fue el forjador de gran parte del
primer repertorio del género. Todo eso fluyó hacia Sevilla, la capital económica
del flamenco, y allí apareció una figura fundamental: Silverio Franconetti, hijo
de italianos. Convirgieron en él estas corrientes del canto agitanado de los
puertos y, creo yo también, del canto lírico. Silverio quebró los moldes del
flamenco porque era un no gitano. No había quien le hiciera frente cantando;
tenía conocimiento y facultades y vio el negocio.
Los
entendidos afirman que la expresión más valiosa del flamenco es el “cante”, y
que el baile y la guitarra son en todo caso manifestaciones menores. ¿Qué opina
usted?
La
esencia del flamenco es el cante. Porque se baila al cante y se toca al cante.
Pero el flamenco sin el baile y la guitarra no hubiera sido lo que es hoy. Sobre
la base exclusivamente del cante, el flamenco se hubiera quedado en una
expresión singular, local, como la canción napolitana; su proyección mundial se
la debe al baile. Y entre aquellos que han proyectado el baile ninguno es
andaluz: Antonia Mercé “la Argentina”, Encarnación López “la Argentinita”,
Carmen Amaya, Antonio Gades.
Utilizó
el adjetivo “comercial” aplicado al flamenco. Pero imagino que no lo hace de una
manera peyorativa.
El
arte es por definición comercial. Mozart no hubiera sido Mozart si no hubiera
habido alguien que le pagara por tocar o componer. El arte y el dinero van
unidos; el arte es una forma de vida y un trabajo al que hay que dedicar muchas
horas. Cuando el cantaor flamenco cierra los ojos y aprieta los puños no es que
está sintiendo más la música que un pianista que interpreta Beethoven. Un
cantaor por mucho que se agarre la camisa está pensando que con lo que cobre
pagará la renta y comprará la comida de sus hijos. Esto no lo hace más puro o
más impuro; en todo caso la idea de pureza le ha hecho muy mal al flamenco
porque hace perder de vista su carácter de mestizaje.
Usted
ponía como ejemplo en la conferencia un canto de trilla, un canto de labor que
canta un campesino mientras ara la tierra; y luego cómo ese canto se transforma
en cante o “palo” flamenco. ¿De qué manera se produce ese pasaje?
La
“trilla” pasó a ser un “palo” flamenco desde el mismo momento en que Bernardo de
los Lobitos reinterpretó un canto de labor en clave flamenca. ¿Qué cambió? La
melodía, la interpretación. El flamenco tiene una estética propia: es una música
melismática, de compás acéfalo (quiere decir que carece de un primer tiempo) y
con jipío, que consiste en ligar los versos con una sola emisión de aire. Desde
mi punto de vista el flamenco nació cuando las tonadas de los llamados gitanos
de los puertos de Cádiz, Santa María, Jerez, San Fernando, Sanlúcar, se
fundieron con la guitarra española. Entonces nació el flamenco: hacia 1830 o
1840.
No
puede afirmarse entonces que las “tonás” de fines del siglo XVIII fueran
expresiones flamencas.
No,
aún no lo eran. ¿Las tonás de un Tío Luis el de la Juliana, de un Tío Luis el
Cautivo? No sabemos quiénes eran ni cómo eran. Estas tonás le proporcionaron
melodía al flamenco, es cierto. Pero el flamenco, además de melodía, es armonía,
compás, métrica y forma; me estoy refiriendo a los parámetros de la música. El
flamenco sin compás se hubiera quedado en una expresión extraña de los gitanitos
de los puertos. Y a base de “martinetes” no construyes un sistema musical como
éste. Ciertamente los martinetes nutrieron de melodía al flamenco; una melodía
oriental y enigmática que al fundirse con la guitarra construyó una expresión
romántica y moderna.
¿Qué
piensa de la incorporación de otros instrumentos musicales a la ejecución del
flamenco?
Primero
hay que decir que hay dos repertorios en el género: uno clásico, forjado entre
las décadas de 1860 y 1890. Y luego, a partir del guitarrista Paco de Lucía en
1963, apareció un repertorio contemporáneo que introdujo el bajo, el saxo, el
cajón, el piano. El flamenco contemporáneo me interesa, claro; por cierto, entré
al género gracias a Paco de Lucía y a Camarón de la Isla. Pero con el tiempo me
fui aficionando más al flamenco clásico. Es una cuestión de gustos; que me guste
a mí no tiene mayor importancia. Pero creo que el repertorio que va a permanecer
es el clásico.